A veces es valiente e incluso egoísta pensar en ser el mejor en algo en lo que se necesita juventud, forma física y ganas de seguir, pese a que te aburra siempre lo mismo. No es el caso. Siempre desde la humildad y después de quince hebillas de plata (superando al gran Felipe León con 13, y dejando atrás a Clemente Fuertes, con 10) sigue sin haber quién le quite de su trono.
Ligas y ligas, combates y combates, caídas y caídas... (pocas en contra). Viendo a otros luchadores, la gente explicaría la lucha como un deporte en el que lo más importante es caer encima. Viéndole a él, la forma de caer encima es un arte. El Divino, como es conocido en este mundo, le aporta elegancia, clase y estilo, además de calidad a este deporte. Es, digamos, leyenda viva de este deporte, y lo único que puede hacer es engrandecerla aún más si cabe. Como dijo Mariano (el Guerrero) ‘‘no hay nada que hacer, hoy está Padre en casa’’ refiriéndose a que luchaba Héctor. Él es en este deporte el objetivo de los que, por muy buenos, viven bajo su sombra, los juveniles que vienen con ganas, que han estado años aprendiendo y esperando el momento para disfrutar de dos o si me apuras tres agarres y comprobar que por buenos que sean y ganas que le echen, más sabe el diablo por viejo que por diablo (en el buen sentido), y por último, un espejo en el que reflejarse los luchadores más pequeños, ilusionados con llegar algún día a ser como él: Leyenda.
David Villacorta
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