Resulta que
cuando proyectaron construir la
Prisión provincial en Villahierro llovieron las protestas por
aquella ubicación. Aproximadamente tres lustros después, una villa que fue
contestataria descubrió que no era para tanto, que no traía más delincuencia ni
ruina, ni siquiera mala imagen. Al contrario, se acabó por asumir que generaba ingresos
y riqueza, dinamismo, impulso, actividad, y que, en todo caso, más cornadas da
el hambre. La prueba es que ahora, planteada la hipótesis de una segunda
prisión en la provincia, muchas localidades se pegaban por acogerla. Así pues,
¿fue aquello una afrenta o una oportunidad?
Resulta que
una prisión sonaba siempre a mazmorra, calabozo, jaula. En cambio ahora se
asemeja más bien a un lugar para vivir, y vivir bien: grandes instalaciones,
comodidades, prestaciones, asistencia, atenciones, cafetería, televisión, no sé
si Wi-Fi... Como se decía antes, todos los “adelantos”. Incluso tienen que cerrarles
la piscina a los internos para no crear envidia a la gente que está (estamos,
todavía) fuera. Entonces, en qué quedamos ¿chiquero o alojamiento?
En expresión corriente
y muy usada: lo que cambia la vida…
Javier Cuesta
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