Sí, definitivamente las pintadas dan mucho juego. Pueden ser
una fuente inagotable de inspiración. Esta puede verse en la calle San Pablo
del barrio de El Ejido. Y contiene un mensaje que es casi un mandato: al cura y
al borbón, pólvora y perdigón. Algo se mueve en este país cuando son
cuestionadas dos de las instituciones secularmente intocables, el clero y la
monarquía (había otras como el ejército o la judicatura, que también han ido
cayendo).
Lo más llamativo es lo del Rey, porque en poco tiempo ha
pasado de figura respetada a estamento repudiado. Él y la Casa Real, todos. Como detonante,
ciertas frivolidades: cacerías, negocietes, demandas de paternidad, amistades
peligrosas, bastarditos, comilonas, palacetes, grandes proles y abultados presupuestos.
Deslices e irresponsabilidades de “Su Majestá y CIA”, en una época de merma y
sacrificio popular. Sin perdón.
Pero, fechorías aparte, hay algo todavía más preocupante
para que el espigado chaval del monarca evite en el futuro -también él- la larga
cola del Inem: el creciente sentimiento antimonárquico y los anhelos de
republicanismo entre la gente joven, que va gritando por la calle cosas como “juan
carlos, acelera, que viene la tercera”.
Javier Cuesta