Colaboración de Alfredo Escalada
Mi nombre es Justina. En Mansilla de las Mulas me llaman La Pícara.
Tuve muchos novios:
El primero se llamaba Maximino. Era un presumido. Decía llevar de apellidos los de los señores de León: Guzmán, Mendoza y Vizcaíno. Y era un mucho atrevido. Le corté las alas.
El segundo era un pobre chico, hijo de una lavandera. Apellidaba Machuca; y era un estudiante hambriento casi siempre, y tragón cuando le petaba. A mi costa, claro. Reconozco que fui cruel con él, y, por mi culpa, hasta se burlaban de él sin piedad los guajes de Mansilla, en la calle.
El tercero de los novios resultó ser igual de pícaro que una servidora. Lozano de nombre, pero no de planta. Y acabamos mal. Es decir: casándonos. Era siempre un presumido de algo a cada paso, y un hijo de algo en cualquier sitio. Y me engañó. Que ya es mucho: engañarme. Yo quise subir en la escala social, pero nos equivocamos. Nos dijimos adiós, y cada uno nos fuimos con nuestra picardía a nuestra casa.
El cuarto no fue propiamente un novio. Ni tampoco marido. No funcionaba. El viejo Santolaja tenía los pies fríos en la cama. Pero tenía el corazón bien calentito. Bien arropado por una gorda billetera de piel de vaca. Hice de tripas corazón y me acosté con él una corta temporada. Enviudé pronto. Gracias a Dios, y a Santa Eutanasia. Y tras un luto más corto, me volví a casar. Esta vez con Guzmán de Alfarache, familiar de mi primer amante…
Y en esas estamos.
(Francisco López de Úbeda, posible autor)
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