Me llamo Juan. Tengo
46 años. Soy de un pueblo de la comarca de Sahagún pero pertenezco a la
generación de jóvenes que frecuentó La Estrella de Mansilla, que se enganchó a esta
famosa macrodiscoteca de la provincia de León. Cuando salía de fiesta no tenía
carné de conducir y el amigo del pueblo que contaba con permiso y coche
‘tiraba’ para La Estrella
porque salía con una chica de un pueblo de la zona de Mansilla. Era la década
de los 80, cuando en los pueblos era los domingos cuando se salía de fiesta.
Recuerdo que madrugábamos, pues muchas veces éramos casi los primeros que
entrábamos en la discoteca, a eso de las 7-8 de la tarde. En verano llegábamos
después de haber acabado las tareas propias de la época (trillar, aparvar, limpiar…
y ducha rápida o acicalamiento). Nada más entrar olía a ambientador que tiraba
para atrás, un aroma que desaparecía de inmediato cuando empezábamos a quemar
pitillos y aquello se convertía en una nebulosa. Empezábamos bailando ‘suelto’
en la pista circular que subía, bajaba, giraba… menuda modernidad. Entre el
ruido, las luces y los giros cogías ya un colocón previo a los cubatas. Ahí ya
tirábamos para la gran barra donde pedíamos el primer cubata, con aquellos
refrescos de grifo que daba al combinado un sabor característico. Ya ibas
entonando para lo que quedaba por venir. Había que ‘entrar’ a las chavalas. A
las 10 más o menos ya se había puesto aquello a tono y comenzaban las rumbas o
pasodobles en la pista grande de abajo. Y comenzaba la ronda, donde los ‘mozos’
comenzábamos a dar vueltas y pedir baile a las chicas que estaban pegadas a las
paredes de la pista. En realidad, era la misma técnica de los pueblos de
siempre trasladado al modelo de discoteca. ¿Bailas? Era la forma más práctica
de ligar, donde siempre ellas eran las que elegían. Tras una sesión de baile
latino, para lo que había que ser un poco diestro si querías tener cierto
éxito, comenzaban los lentos, las baladas, los ‘agarraus’, para lo que había un
cambio radical de luces que se ponían más tenues y con aquella luz negra con ese
brillo que hacían relucir los dientes que provocaban la risa fácil. La técnica
para ligar aquí volvía a ser la misma, dar vueltas intentando sacar a bailar,
lo único que aquí el número de ‘mozas’ bajaba considerablemente. Por un lado se
iban las que ya salían con alguien o tenían novio, y por otro las que no les
iba el rollo de bailar pegados a cualquier desconocido y quizá algo bebido.
Como que estoy viendo a algunos chavales que daban vueltas y vueltas sin descanso
con la esperanza de pillar algo, pero con poco éxito. Eran los pesados o los
feos, así de cruel. Al final acababan dándose el barrigazo contra la barra. Las
parejas solían optar entonces por otro espacio, el casino, que empezó estando
reservado sólo para parejas precisamente. Allí tenías la posibilidad de ver
alguna película en la parte alta en una sala de proyecciones o bailar lentos en
una pista muy coqueta en la parte de abajo. La barra de arriba era de tipo
herradura y ahí caía otra copa que, casi siempre, pagaba el caballero. En el
casino lo normal era darse el ‘filete’ o en la sala de proyecciones o en los
reservados previstos para este menester. Cuando comenzaron a dejar entrada
libre al casino empezó a ir algún ‘single’, como el ‘voyerista’ de Santas
Martas, muy conocido en la discoteca…
Juan
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