Once tipos en calzón corto revolucionan y estimulan a un país en quince días, lo que no consigue un triste presidente en medio año. Once héroes se convierten casi en dioses y cincuenta millones en fanáticos. Toda España es un campo de fútbol y toda la calle es un alivio de pasiones colectivas. Eso está bien, divertirse nunca es malo, pero resulta exagerado el ímpetu, el entusiasmo, con la que está cayendo fuera de ese estadio/espejismo y de esos fugaces noventa minutos de tregua futbolística.
El deporte, por así decirlo, es sólo un respiro, un premio de consolación. En apenas cuarenta y ocho horas el triunfo habrá sido fagocitado por la descarnada realidad.
(Entre paréntesis: sería buen momento, ahora que acabamos de salir de la euforia pelotera española y europea, para reflexionar sobre tanta exaltación, tanta ostentación de símbolos en coches y balcones. La cosa suena a oportunismo: muchos aprovechan la coyuntura para salidas de armario del forofismo patriotero, y los chinos para vender banderas a granel. Retornen los trapos doblados a sus cajones. Urge volver a meter pecho, controlar tanto ardor, despertar.)
J. Cuesta
J. Cuesta
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.