Hasta hace siete u ocho años había cuatro comparsas de Carnaval en Mansilla, hace un par de años ya sólo quedaba una, ahora no existe ni esa siquiera. En poco más de un lustro han desaparecido todos los grupos que mantenían viva una fiesta con mucho colorido (ver foto de 2007) y cierto renombre en la provincia. Eran comparsas muy activas, lideradas por algunos entusiastas que comprometían a niños y mayores para inventar trajes vistosos, coser, ensayar, bailar, participar en desfiles y ganar premios muchas veces. Pero, sea porque se cansaron los que tiraban del carro, porque faltó el impulso público o porque el signo de estos tiempos es el desencanto, el hecho es que todo aquello lamentablemente desapareció.
Tal vez no sea esta la mayor pérdida para una villa pero es un mal síntoma y lo preocupante es que puede no ser lo último que se tambalee o perezca. En asociaciones, peñas, clubes o cofradías no parece cuajar el lógico relevo generacional. Y cada vez que algún evento, feria o fiesta deja de celebrarse o decae notablemente, una pequeña parte del todo muere, la vida en la localidad se deteriora, el equilibrio y el dinamismo se resienten. El apoyo institucional puede ayudar pero no sustituye a la iniciativa particular o ciudadana. Los cambios han de producirse de abajo hacia arriba. Revertir la tendencia es más tarea del pueblo que de sus dirigentes. Es mi convencimiento.
Javier Cuesta
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