El fenómeno del cosplay surgió en los años 70 en los “Comic Market” que se celebraban en Tokio. Allí muchos japoneses se vestían como sus héroes favoritos de manga (historieta gráfica o cómic), anime (animación para cine o televisión de ese cómic) y videojuegos. De hecho el término cosplay es una contracción de costume (disfraz) y play (jugar). Con el paso de los años esta costumbre de emular personajes de ficción se fue extendiendo hasta cruzar las fronteras niponas y llegar a occidente.
El número de adictos al cosplay está en alza; son innumerables los salones, convenciones y exposiciones dedicados a esta práctica. Incluso en los estrenos de algunas producciones de cine no resulta extraño ver grupos de aficionados ataviados con sus mejores galas.
Quien se siente cosplayer intenta parecerse lo máximo posible al personaje; puede estar un año entero planeando cómo hacer la indumentaria, qué materiales usar, cómo es su peinado, su maquillaje… Por lo general hacen ellos mismos sus trajes y fabrican sus complementos, principalmente por la dificultad que supone conseguirlos o lo caros que pueden llegar a ser.
La filosofía del cosplayer es sencilla: divertirse interpretando a sus personajes favoritos y, en ocasiones, alcanzando niveles profesionales al competir por lograr la mejor caracterización en eventos dedicados a esta afición.
Yuki y Mamayuki
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