Dime, amiga:
¿quién es esa vieja sombra
-hueca, negra,
desdentada-
que fisga
tras los cristales
retadora?
Tantas
veces yo sentí
sus
huesudos nudillos de abominable ramera
en tu
puerta golpear. Tantas creí ver
el frío filo
de su temible metal
ejecutor. Harto
estoy
de su afán por
arañar tus flacas venas, tus huesos de tiza,
rasgar la
poesía de tu voz y en tu cerebro
la luz
obturar.
Estragarte,
en suma.
Vieja
sombra, toda negra
de negro
por dentro, hueca entera.
Junto a tu
cama se embosca,
de noche
aguarda –funesta-
sé que acecha,
tu preciado hilo de oro vigila,
a tu lado ansía
nicho y tu postrer instante sería
su primer momento,
su victoria. Lo sabe ella.
Mas es hora
de vivir, amiga,
hazme caso.
No abraces nunca
a esa
pécora rabiosa, jamás.
Vendría
luego -lujuriosa y yerta- hacia mí,
estoy segura.
Ana Nieto
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