Se conoce que la tendencia es descendente. Sabíamos que el circo y el teatro se habían instalado hace tiempo en el Congreso, en el Senado, en las Diputaciones, en los parlamentos autonómicos, en los tribunales… Al parecer, ahora están llegando también a la calle, a los semáforos, a las plazas… Con la diferencia de que este último es un espectáculo de los que no tienen pan. Lo habíamos visto antes en las grandes ciudades, en las que siempre se dice que “hay de todo”, pero todavía no en la nuestra. Ahora encontramos al malabarista de la foto entreteniendo la espera a los conductores de la plaza Santa Ana de la capital. Tal vez aquí el Ayuntamiento le condone el euro que sí exige a los músicos callejeros, salvo que le escuchen silbar alguna melodía pegadiza (entonces, que se dé por jodido el artista).
J. Cuesta
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