Todo el mundo los conoce, los que seguimos asiduamente sus andanzas y los que no. Los Simpson no necesitan presentación a estas alturas. Después de casi un cuarto de siglo desde su creación y de más de 500 capítulos, la teleserie constituye ya una monumental (y genial) radiografía (en clave de comedia o de sátira, da lo mismo) de una sociedad y de una época.
Muchas veces se ha dicho que no es una serie para niños sino para adultos, por sus guiños cinéfilos, musicales, bíblicos, culturales o televisivos, por sus chistes y su humor corrosivo e irreverente, por su ridiculización de la sociedad americana, etcétera. Es verdad. El cincuentón amigo C. –algo exagerado y radical, pero listo- me confirma esa idea. Conoce de memoria cada capítulo y cada detalle de la serie, y lo que es más curioso, toda la actualidad, todo lo que ocurre en el mundo, él lo pasa por el filtro de los famosos dibujos. Quiero decir que C. utiliza la referencia Simpson para apoyar cualquier afirmación o idea propia, ellos son su fuente de inspiración, los cita constantemente y se muestra convencido de que en ellos está todo, cualquier explicación de la crisis actual, de las situaciones bélicas, de la política, de la educación, del medio ambiente, de la familia, del deporte, de la religión… Para él, esa serie conforma su visión del mundo, sus personajes son el arquetipo de un ciudadano medio y Springield podría ser cualquier rincón de este planeta. Exacto, a muchos lugares se puede trasladar el modelo Simpson y clavarlo. Sí, en tantas cosas, también a España. ¡Mosquis!
Javier Cuesta
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